SU GEA



SU GEA

(Buenos Aires-Argentina)

Agacharse hasta ser un mismo ocre, la Tierra, la Siembra, la Simiente, allá donde la frente arruga de penas padece las entregas de mil soles. Encoger el pecho cóncavo a la suerte mirándose el hueco carente de dones. Doblarse en sí mismo, como albergando muerte, volver al polvo, humillado y silente.
Hombres de barro, mujeres con honores, como indígenas del tiempo que siempre... siempre, como sino doliente y vano buscan hacia abajo del propio vientre la luz de sus ancestros en posición fetal.

ooOoo
(La pared se hizo de carne en tu cimientos de arcilla las arenas movedizas atrasan la quietud de los relojes)
clavé con las uñas el cielorraso atorado de interrogantes mientras bebía soles a través de los tejados
mis manos insisten, obsesivas en la argamasa del encuentro arquitectando las voces para que parezcan nuevas o una Vida erigida entre el hogar de mis vigilias.
Cerca del cauce reanimado del último siglo derrumba un temblor extraño sobre un terreno baldío.

ooOoo

 Es la hora de partir. Se desharán las miradas? La bruma eclipsará la palabra? será la hora del último recuerdo, la conciencia anonadada?. Es la hora de la verdad. Es la hora de la sombra donde ni siquiera las alondras se atreven a hacer nido. Donde el final me llevará irremediablemente al vacío de la completud infinita. La noche se astillará en estrellas como un suspiro en el espejo, será imperceptible la huella del aliento mientras tirita el pulso acompañando el miedo. Será un poema de amor escrito en la arena, mientras, despacio, lo va borrando la marea.
En las coordenadas de la nada, donde fija la eternidad su estancia, habré de esperarte en la cima de la montaña, en algún valle, en las veredas de la ciudad santa donde mis ojos, aun entreabiertos, aun sin ver, dejará una luz de esperanza. No me dejes del todo, alma! Fuimos, en vida, luz y mañanas. Luna y madrugada. Nieve y deshielo. Arena y playa. Lluvia de Abril. Verso y palabra. Ay...si pudiera... perpetuarme siquiera más allá de la plegaria.

EFECTO DE SOMBRA

Hay noches en que viene a visitarme un amigo que ha muerto hace unos años. Ahora está más delgado y me sorprende verlo entrar a mi clase, que camine y sonría. —No era cierto: fue otro el que murió, quizás alguno llamado igual que yo. Tal vez estuve muy enfermo, pero he sobrevivido… Yo lo abrazo como a un montón de huesos y lloro de alegría. —Tanto tiempo… Tu voz no se ha perdido, ni tampoco estos libros marcados con tu letra. Ya ves, yo no he cambiado, acaso tengo el cabello y la barba más canosos y este otoño es igual a los otoños en que estudiábamos griego y latín… Pero nada es verdad: ya viene mayo y yo trabajo mucho, me levanto cada vez más temprano, más de noche. Y el día ya está en ruinas.

EL MILAGRO

Contaba mi padre que mi abuelo tenía un ojo que siempre le lloraba, producto de un golpe que le dio —brutal— mi bisabuelo. Tendría entre ocho y diez años entonces y con esa marca vivió hasta los setenta. Nunca supe qué falta nimia le acarreó un castigo tan dilatado en la distancia y el recuerdo: ese ojo lisiado que no obstante no logró hacerlo cruel ni resentido. Cuando hoy mi vista llora de cansancio —como esta mañana que tanto se parece a aquellas en que escuchaba de niño la historia de mi abuelo— pienso en el milagro de mi padre que no sufrió la misma suerte, de mis ojos sanos y de los ojos más sanos aún de mi hijo; en el milagro de que esa infancia dolorosa de mi abuelo se haya quedado allá en su isla, y solamente trajera aquí sin odio un ojo humedecido que hoy bien podría estar llorando por piedad.

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