ANDRÉ CRUCHAGA



ANDRÉ CRUCHAGA

(Nueva Concepción-Chalatenango-El Salvador)

NOCHE

Me muerdes noche de galeones y centauros me muerdes noche de apátridas y exilios me muerdes noche de paradojas me muerdes opaca moneda de la sed las arenas convocadas los médanos y vaguadas del infierno muerdes los pesares del aliento las paredes ávidas de tempestad los desiertos del tiempo y las vallas publicitarias—ahora cuando las escaleras descienden al ceno y no queda tiempo ni vestigio muerde el búho su propio letargo de sombras los despojos presentidos de los retratos ahí donde no sobreviven las calles de antaño ni la juventud ida irremediablemente como una gota del éter en las estaciones de la herida los hierros repiten su sueño despiadado: ¿hay alba para la indiferencia? desnudo el celofán de lo remoto el columpio perdido en las sombras envolventes hoy solo habitan las sombras vanas del polvo somos indefensos ante el rito del llanto nos estremecen los abanicos de la tormenta el in media res de la sangre usurpada las invasiones irremediables a la esperanza ¿guarda alguna indulgencia el follaje de la noche? he vivido allí entre cántaros marchitos no sé si haya sobrevivientes en los días postreros a esta confusión inmensa de ceniza bajo a los sombreros de la salmuera ásperos los días como las certezas el sudario irrevocable de la paciencia siempre estuve al filo del destierro: jamás dije palabra alguna me quedé por cierto sin manos ni brazos tal vez por eso todo el fragor se tornó herrumbre: alguien camina en medio de la noche como un sobreviviente enlutado la polvareda cumple su misión de sombra: no sé si al callar he ganado no sé si el karma enciende ramitas de hierbabuena de culantro de incienso hoy vivo en las regiones más inhóspitas del sueño (supongo que la claridad siempre es legítima aspiración una conquista o un mero artificio ¡cuántas calles de sal prodigan el anhelo! Lo sé porque siempre he vivido en el desamparo y aunque todo es efímero los atavismos avivan ciertos desvelos) en la otra calle de la memoria encontré por cierto el letargo de los sedimentos y esos trofeos sin vida de la exasperación encontré muertos una y otra vez muertos una y otra vez el estampido de la violencia ¿Quién me alumbra en esta aridez? ¿Quién me quita este destino mortecino el desdén de las monedas? Y hay otro exilio: vivir entre las asperezas la hostilidad de ser mordido ser colmado por crecientes y continuas emboscadas ¿Quién me escucha? Me he quedado un poco más debajo de los muertos ciego de tierra y silencios muerto de vivir en el desierto cercano a todos los que duermen definitivo como el duelo todo cae de golpe hasta la inocencia hasta los tejados y los que hablan de guerras callar se tornó un nicho dentro de tantos sombreros de alarde en mis huesos últimos la dignidad que no claudica aunque me abrigue el hambre y el harapo voy ligero en el desvelo ligero como los breves días de la eternidad ¡que se apaguen todas las luces de las ventanas! Vengo del mundo voy al mundo…

NIEBLA

Fecunda en su sombra de apagadas luciérnagas, la niebla como un ánfora
desplomada, ¿habrá mutilado las distancias?, ¿habrá roto el diario
de las umbelas —húmeda se rompe en las pupilas. Oscuro viaje sumergido 
en la clarividencia del pétalo roto por el andrajo. 
(El mundo siempre sesga las rotaciones del aliento, difumina la utopía.)
¿Cómo ver el alma en el telar del sofoco, lo entrañable en trenes
eventuales, el seno o el vientre en el gozne del vinagre?
—Ya hemos caminado largos paladares de caracoles; ya hemos sido
la demora de la moneda, la arritmia absoluta.
(En la primera plana de los periódicos, los cielos simbólicos en la férula
del poder.)
Ahora por si acaso, me divorcio de la Patria…

DÍA

Comienzo el día sabiendo que el mundo galopa. En el candil de la sangre,
el reloj bisiesto de los ecos, el percance ante lo ilusorio.
(La infancia es un viejo barco donde ya no juegan los jóvenes):
lo sé ahora después de confabular contra el alfabeto, lo sé en esta noche
de galopes y amaneceres comiéndose la desnudez.
—Ahora juego a esa otra lluvia inconcebible, respiro el hambre,
doy fe de la honradez de los burdeles.
(A ratos debo insistir en la tierra redonda de las sombras, en la terquedad
feliz de la infancia, quizá en el trencito de madera incandescente.)
Toda la vida me la paso poniéndole nombres a los poros de los dedos:
descubrí así, el pecado del polen y la cadencia del galope…

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