MIGUEL ANGEL
GAVILÁN
(Santa
Fe-Argentina)
EL
MANQUITO
I
Cada
luna que le tocó vivir,
cada
luna que le inauguró las noches,
lo
trae por las plazas
con
su andar de ciego.
Palpa
sombras de las que es parte,
se
arremanga
el cobijo,
cobrizo,
de
la cara hecha para la intemperie.
Un
tren le cortó la mano
cuando
no sabía ni contar,
ni
vender
el
cepillo que pone horizonte
al
parabrisas de los coches.
El
padre lo cambió por un atado de puchos.
Y
de su madre recuerda
(una baba que se saca afuera
como una plegaria),
la
mujer que le regaló el apodo de “manquito”.
Se
atreve a correr los trenes
andariveles de paz
que resabia locura,
pisando
el borde de las vías
para callarlos,
para tapar con sus gritos
la
velocidad de la mano izquierda.
Una
vez robó un tazón de leche
para
la piba que tiene entre las cejas.
La
cuida en la charla.
Sabés,
dice,
hoy
el mundo anda para atrás,
nadie
disfruta la orilla de las cosas.
Sabés,
dice,
nadie
tiene ganas de cambiar
un
secreto por un árbol,
un
cajón por un silencio,
un
día de sol por una figurita.
Sabés,
dice.
Y
la piba toma el tazón de leche.
Como
si en la loza
se
hubiera calentado la luna.
II
¿Quién
recuerda ese tren,
(mezcla destartalada de argentinidad mendiga
y demora),
que
se llevó el gesto del miedo
en
sus ruedas?
Un
ciclón de amor
bastó
para descolar el soponcio,
la
captura del mordisco
pellizco
de chapa,
que
arranca, de un golpe,
el
brazo, la pena, el laburo,
la
consonancia y la urgencia.
Todo
por sacar de entre los rieles,
Maradona
repetido,
traviesa,
atraviesa
la
zanja hecha jardinero
en el estruendo
de las voces
que
no ven ese bulto de trapos
(a trapado)
en
el tumulto.
¿Quién
recuerda la mano que quedó
los
dedos ciñéndose al sueño
de
ganar la partida
con
la figurita,
que
nadie tenía
para
alardear, después,
ni
bien ladea el sol
su
tripero rojo
y
el rancherío se pone íntimo
de
confesión,
(olor a humo
y cortadera)
en
el fondo de la aguada?
¿Quién
recuerda
cuando
de un sólo pechazo
la
inocencia se vuelve hombría
sin susurros?
III
La
piba no tiene más que hambre en las pupilas.
Se
puso una pollerita corta
y
dice que es grande,
que por eso
labura.
Pero
el arroz larga humo en la olla.
Y
Elvia trajina asma de hijos muertos
mientras
revuelve.
No
te convido, dice
abriendo
las ventanas para llenar el barrio
de puerro,
de ajo,
de caldo con huesos.
-No
te convido.
Y
la piba estira la ropa
más abajo
le hace frío
y
el manquito no está
que
siempre
humedece
la amistad
con
frutas robadas del mercado,
con
bollos de pan que cambia en la estación.
Con
un beso nunca,
porque
no son novios.
La
Elvia revuelve
el
tintineo contra la chapa
que
el viento dice,
como
si dijera:
-No
te convido.
Y
cuando está por terminar
el
reparto de platos,
un
auto para en la esquina
Y
la piba se pone linda.
(De
nuevo).
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