MIGUEL GAYÁ



MIGUEL GAYA

(Ayacucho-Buenos Aires-Argentina)

La pierna de Arthur Rimbaud es transportada por una enfermera del Hospital de la Concepción, Marsella, Francia, el 27 de mayo de 1891, para ser arrojada fuera.

Como a un bebé
envuelta en sus humores
y las telas rojas
la pierna viaja
en brazos de la enfermera
por los pasillos
taconeados
por la eficiencia
con que ella
va a atravesar ahora
las puertas batientes
hacia la luz
Ah, ingrata!
Se fue de él
desgajada como si fuera
algo para acunar
en mano ajena
El propio pie se aparta
de lo que antes era
Del viaje de Roche a París
a la aventura atroz
del fuego que sube de
la planta del pie
al alma
De ahí se aparta
sin crujir pero partiendo
en dos el cuerpo
hecho para la unidad
“Como un martillazo”
dijo
que pulverizó la rodilla
como si fuera vidrio
La rodilla que gateó desnuda
en sábanas inglesas
en la desmesura de la noche
inglesa
ya no está
¿Y ahora qué
es?
¿Cuál es el territorio
de la poesía
perdido por propio pie?
“desecado” dice
los músculos y los nervios
retraídos como un rictus
resecados como seco está
el árbol  o
lo que manaba del árbol
“desde el tobillo hasta
el músculo de la nalga incluído”
Ah, el deseo muerto resecado
de esa pierna ahora dura y morada
y sin embargo sangrante
todavía
¿qué moraba en esa sangre
desperdiciada por los suelos
qué
colores se fueron
de la poesía para siempre
junto a la enfermera
que la mece
enérgica
alejándose
blandiéndola como si fuera
el pago
al mundo
que ese hombre
negro 
hace
para morirse
de una vez

LOS EPÍGRAFES DE MELVILLE

Herman Melville afanosamente transcribió
cuarenta epígrafes para la primera versión de su novela.
Desde el Génesis
hasta canciones ingenuas y apasionadas
de los marineros de Nantucket,
pasando por enciclopedias y obras menudas,
con el fin de justificar la ambición
de hacer brotar perfecto
en el cerebro de cada lector
que en el mundo ha sido
o será
el fantasma resoplante
de la ballena blanca.

Conjuro el mal que esa desmesura
pudo haber provocado
para que ella
se adelante
del fondo
del sueño de los hombres
y dance ante la historia
ingrávida y nueva
mortal y eterna
plena de lenguaje.

Así a nosotros nos sea dado
crear en la elusiva memoria
de algún desconocido
un residuo amable
de nuestra voz pasajera. 

RIMBAUD Y LOS PERROS

Durante sus correrías por África
Arthur Rimbaud era asediado
por los perros.
Amarillos, feroces,
persistentes,
trotaban y gruñían
mezclándose en la sombra del poeta.
Reproduciéndose a dentelladas
famélicas.

Todas las mañanas Rimbaud
llenaba sus bolsillos de piedras afiladas
para mantener a raya a los perros
que palpitaban
por su carroña.
Lo que iba dejando a su paso
los alimentaba.
Ruinas y hombres oscuros
rajados a latigazos
de un idioma incomprensible.

Los perros de Rimbaud lo atormentaban.
A veces lo esperaban
echados en las galerías
y lamían sus manos.
Otras
con los pelos erizados
y las fauces rojas
lo acechaban encorvados
en la oscuridad.
Nunca supo qué le producía más terror.

Los vio en África.
Los procreó en Roche.
En Marsella lo alcanzaron
y les dio de comer su pierna.

Adiós les dijo
al expirar.

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