GUILLERMO PILÍA
(La
Plata-Buenos Aires-Argentina)
CASI TANGO
Siempre fue
viejo —a mis ojos— mi padre —
no sé si por su
innata pasión por el tango
que en mi
infancia aborrecía, por el sencillo
hecho de ser mi
progenitor o por otras
razones que ya
no comprendo—. No obstante era
mi padre
entonces muy joven, crecido
tal vez por
tempranas
responsabilidades.
Su reloj empezó
a caminar algún día
más lento que
el mío —tan preocupado
por graduarme,
por viajar y escribir,
por ser
padre... Ahora mi hijo dice
que él y yo
sintonizamos la radio
en la misma
frecuencia —si el tango es tan sólo
una herida
repetida en el tiempo—
y más que mi
imagen el espejo refleja
la de mi padre,
la de quien fue años atrás
mi padre:
siempre viejo a mis ojos, cantando
Adiós
muchachos, compañeros de mi vida...
Casi al mismo
compás —y acaso sin dolor—
ahora vamos los
dos envejeciendo.
EFECTO DE
SOMBRA
Hay noches en
que viene a visitarme
un amigo que ha
muerto hace unos años.
Ahora está más
delgado y me sorprende
verlo entrar a
mi clase,
que camine y
sonría. —No era cierto:
fue otro el que
murió, quizás alguno
llamado igual
que yo. Tal vez estuve
muy enfermo,
pero he sobrevivido…
Yo lo abrazo
como a un montón de huesos
y lloro de
alegría. —Tanto tiempo…
Tu voz no se ha
perdido, ni tampoco
estos libros
marcados con tu letra.
Ya ves, yo no
he cambiado, acaso tengo
el cabello y la
barba más canosos
y este otoño es
igual a los otoños
en que
estudiábamos griego y latín…
Pero nada es
verdad: ya viene mayo
y yo trabajo
mucho, me levanto
cada vez más
temprano, más de noche.
Y el día ya
está en ruinas.
EL MILAGRO
Contaba mi padre
que mi abuelo tenía
un ojo que
siempre le lloraba, producto
de un golpe que
le dio —brutal— mi bisabuelo.
Tendría entre
ocho y diez años entonces
y con esa marca
vivió hasta los setenta.
Nunca supe qué
falta nimia le acarreó
un castigo tan
dilatado en la distancia
y el recuerdo:
ese ojo lisiado que no obstante
no logró
hacerlo cruel ni resentido.
Cuando hoy mi
vista llora de cansancio
—como esta
mañana que tanto se parece
a aquellas en
que escuchaba de niño
la historia de
mi abuelo— pienso en el milagro
de mi padre que
no sufrió la misma suerte,
de mis ojos
sanos y de los ojos
más sanos aún
de mi hijo; en el milagro
de que esa
infancia dolorosa de mi abuelo
se haya quedado
allá en su isla, y solamente
trajera aquí
sin odio un ojo humedecido
que hoy bien podría
estar llorando por piedad.
Guillermo Pilía es uno de los mejores poetas de nuestra lengua. Debería recibir más reconocimientos de la crítica y de sus pares, sobre todo en la Argentina, que es donde más se lo ignora. Su sitio www.guillermo-pilia.com.ar tiene visitas de todo el mundo y sus libros se pueden leer gratuitamente en la red.
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